Conquista cultural, me refiero. El contexto de publicación de un poemario señero en la historia de la literatura latinoamericana como lo fue Azul…(1888)dio pie a que Darío se consagrara rápidamente como sinónimo del movimiento denominado “modernismo”.

La escueta definición de “modernismo” en nuestra tradición literaria es la de una impregnada de una afectación burguesa, interesada por lo oriental (con un tamiz francés) y una profunda revisión de la métrica española sin tener un tono dramático.

Ése fue el resultado, a primera vista puede parecer, de Azul… del poeta nicaragüense Rubén Darío. Pero ¿en verdad es así? ¿Por qué la aparición de este poemario causó tanto revuelo en España y en Francia cuando poco se volteaba a ver la poesía de Latinoamérica a finales del siglo XIX? ¿Es todo un poemario? Esta edición de Alianza, a cargo de Arturo Ramoneda, nos da algunas respuestas a estas preguntas.

Un puente entre la tradición latinoamericana y la francesa

Las dos ediciones de Azul… (una en Valparaíso en 1888 y otra en Guatemala en 1890) se recopilan bajo este ejemplar y, en su publicación, mostró a un Rubén Darío ya dueño tanto del relato en sus “Cuentos en prosa” como de la poética (y más innovadora aun ésta) con las secciones de “El año lírico”, “Medallones” y los “Sonetos”.

No es que Darío fuese una isla en la literatura latinoamericana, sino que él amalgamó el espíritu de otros escritores como los mexicanos Gutiérrez Nájera y Díaz Mirón, el cubano José Martí y el colombiano José Asunción Silva, tendiendo un gran puente con otros movimientos poéticos que bogaban en Francia como el simbolismo y el parnasianismo con los siguientes nombres: Charles Baudelaire, Víctor Hugo, Leconte de Lisle, Verlaine y Rimbaud.

De esta manera, Darío escribió a partir de una subjetividad cosmopolita encantada por el arte, los mitos griegos y las referencias orientales o sus ornamentos (“japonerías y chinerías”), es decir, imbuida de un espíritu burgués. Sin embargo, en el contenido de sus obras se mantienen presente la métrica española (Ramón de Campoamor y José Zorrilla, por ejemplo), el humor crítico contra lo romántico y lo burgués, y aún cierta presencia de la historia de Chile (con el soneto “Caupolicán” y los retratos en prosa de “En Chile”) que expresan la síntesis y renovación de Darío dentro de la poesía latinoamericana.

Lo escabroso y lo humorístico en los “Cuentos en prosa”

Cuando hablaba de la conquista cultural de Darío con Azul… me refería específicamente a los halagos que el escritor español Juan Valera le hizo en dos cartas que fungen como prólogo a esta edición.

Pensemos que, para ese entonces, España estaba a escasos 8 años de perder las colonias de Cuba, Puerto Rico y Filipinas, es decir, que su preocupación cultural se convertiría en una indagación sobre lo que significaba ser español (de ahí cierto espíritu trágico como el de Miguel de Unamuno y la generación del 98), por lo que la llegada de Azul… a la Península ibérica fue una bomba que causó escozores por la fuerza literaria que se tenía de este lado del charco.

Todo lo anterior me lleva a la parte que Valera dedica a analizar los cuentos de Darío, de entre los cuales me centraré en “El pájaro azul”, “El rey burgués” y “La canción del oro”.

“El pájaro azul”

Éste tiene por protagonista a un poeta enamorado de una vecina suya de ojos azules. Como el personaje se rehúsa a participar de la funcionalidad del mundo (o lo que es lo mismo: chambear), se dedica a ser poeta con el ave azul que vive en su mente; pero cuando pierde a su enamorada, el poeta decide abrirle la jaula a dicha ave para que vuele al cielo azul…

Lo divertido de este cuento de Darío es que no existe un drama ni un aprendizaje, a lo sumo una férrea señalización del encadenamiento al mundo que es trabajar para vivir. En pocas palabras, rompe con la figura trágica del romanticismo (como el del Werther de Goethe).

“El rey burgués (cuento feliz)”

Otra ironía desde el título y otro poeta como protagonista. Frente a un mundo lleno de toda comodidad y lujos, el vate pide que le den de comer luego de haber explicado su propia búsqueda de la riqueza (toda ella en la poesía, por supuesto). Y claro que cumplen su deseo de comer, pero el rey lo hace mientras lo deja junto con el mono cilindrero en el jardín del palacio para entretenimiento de ellos. Eventualmente, en invierno, el poeta muere de inanición.

La designación de este texto como “cuento feliz” sólo recalca la vana importancia de la riqueza material frente a la necesidad de otras personas que no pueden autosustentarse.

Si bien el poeta es el gran ejemplo que se usa para personalizar la inopia, no deja de tener una clara postura crítica contra la burguesía como forma de vida que utiliza al arte como entretenimiento.

“La canción del oro”

Si bien ésta es más una concatenación de epítetos del oro más que un cuento tradicional, su importancia radica en la recepción que tuvo entre sus lectores. La primera viene de Valera:

Todo el sarcasmo, todo el furor, toda la codicia, todo el amor desdeñado, todos los amargos celos, toda la envidia, que el oro engendra en los corazones de los hambrientos, de los menesterosos y de los descamisados y perdidos, están expresados en aquel himno en prosa (p. 69).

La segunda estriba en una observación que Rubén Darío realiza en su apéndice “Historia de mis libros”, la cual dice:

Yo envié a París, a varios hombres de letras, ejemplares de mi libro, a raíz de su aparición. Tiempos después, en La Pantheé de Peladán [sic] aparecía un Cantique de l’or más que semejante al mío. Coincidencia posiblemente. No quise tocar el asunto, porque entre el gran esteta y yo no había esclarecimiento posible, y a la postre habría resultado, a pesar de la cronología, el autor de La canción del oro plagiario de Peladán (pp-286-287).

Con lo que quiero remarcar la parte de la conquista cultural anteriormente citada y, a su vez, de la aún resistencia a reconocer el talento de escritores latinoamericanos como posible fuente de inspiración para Europa (sin embargo, con Darío habiendo dado el banderazo de salida, no ha habido vuelta atrás).

La lírica modernista de Darío y el nombre del libro

A diferencia de algunos textos en prosa, Rubén Darío trabaja la poesía con un yo lírico marcadamente burgués. Sin embargo, esto no va en demérito del movimiento, sino que se convirtió en un reto a no repetir por parte de los poetas posteriores a Darío.

No obstante, el poeta nicaragüense mantiene la métrica española bien conocida con las formas de la silva (versos de 7 y 11 sílabas en rima consonante o con los mismos sonidos) y del romance (versos de 8 sílabas con rima asonante o de las vocales), además del soneto en su forma tradicional. En otras palabras, Darío supo que se podía renovar la lírica en español sin traicionar su tradición y tomando los aprendizajes de los movimientos europeos y latinoamericanos para incorporarlos en su trabajo.

Incluso él mismo menciona en “Historia de mis libros” que cree “haber dado una nueva nota en la orquestación del romance, con todo y contar con antecesores tan ilustres al respecto como Góngora y el cubano Zenea”.

Sin embargo, y a pesar de su genio, se le reprochó un poco el título de su libro porque, de acuerdo con Valera, recordaba la frase de Víctor Hugo: l’Art c’est l’azur (“el Arte es azul”), lo cual era una declaración abierta respecto de la francofilia de Darío. Pero para el propio nicaragüense, si bien no conocía la frase para la época en que concibió el poemario, sí concentró “en ese color célico la floración espiritual de mi primavera artística”.

Sin duda alguna, Azul… inició una oleada de renovación de la lírica latinoamericana, e hispanoamericana en general, que mostraría al mundo la inteligencia literaria de este lado del continente americano. Y si bien con el tiempo las divergencias se hicieron notar en la escritura de las y los futuros autores de Latinoamérica, quedó muy claro para todos que Rubén Darío era un referente imperdible y que era necesario revisitar si se quería comprender cómo hacer literatura como un acto emancipatorio de vetas antiguas y fundador de otras nuevas.