Como todos ya saben, en la portada de un libro encontrarás en letras grandes y gloriosas el nombre de su autor. Incluso es posible que te encuentres con dos o tres nombres, en el supuesto de que esta sea una novela colaborativa, de las cuales hablaremos más adelante.

Sin embargo, más allá de la solapa, encontramos entre las líneas del texto, las influencias de cientos, quizás miles de individuos, cuyos nombres probablemente jamás llegarás a conocer, pero quienes aun así contribuyeron a llevar esa obra a la vida. Hay aquellos que dicen que un libro nunca es trabajo de sólo una persona, y jamás ha sido esto tan acertado como en Catorce días.

Una constelación de escritores

Editada por Margaret Atwood (El cuento de la criada) y Douglas Preston (El códice maya), esta obra reúne los esfuerzos de treinta y seis (sí, lo leíste bien) de las voces literarias más relevantes de nuestros tiempos, colaborando para crear una novela como jamás se ha visto antes.

La idea para Catorce días provino de los mismos lugares de donde se generaron un número sorprendente de las obras de arte más apreciadas por la humanidad: la desesperación y el aburrimiento. En una osadía por apoyar a los escritores cuyos (lastimosos) ingresos se vieron afectados por la pandemia del Covid-19, el sindicato de autores de los Estados Unidos de América (Author’s Guild of America) convocó a algunos de sus miembros más destacados a trabajar en esta novela colaborativa, aportando su voz literaria y talentosa pluma.

En compañía de los editores anteriormente mencionados, estos son algunos de los creativos que participaron en esta odisea de letras:

Celeste Ng (Pequeños fuegos por todas partes), Emma Donoghue (La habitación), Dave Eggers (El círculo), John Grisham (El informe pelícano), Diana Gabaldon (Outlander), Ishmael Reed (Mumbo Jumbo), Meg Wolitzer (The wife), Luis Alberto Urrea (La casa de los ángeles rotos), James Shapiro (El año de Lear), Sylvia Day (Reflejada en ti), Mary Pope Osborne (Clásicos de la mitología griega), Monique Truong (The book of salt), Hampton Sides (The wide wide sea), R. L. Stine (Escalofríos), Scott Turow (Presunto inocente), Tommy Orange (Ni aquí ni allá) y más.

Las historias que compartimos

La premisa de esta historia es, en esencia, una celebración a la habilidad de los humanos para contar historias: luego de semanas de confinamiento, los inquilinos de un complejo de departamentos en Manhattan comienzan a juntarse en la azotea para contar sus historias, en un intento desesperado de recobrar la libertad y comunidad que perdieron en manos del COVID-19. Muy pronto, este elenco de coloridos personajes, quienes a simple vista no podrían ser más diferentes el uno con el otro, se dan cuenta que comparten mucho más que un domicilio.

Uno de los aspectos más interesantes de esta novela, aparte de su cantidad descomunal de escritores que en ella participan, fue la decisión de no hacer una distinción explícita en la aportación de cada uno de los colaboradores. Puede que, si eres un conocedor del estilo de un autor en particular, seas capaz de identificar su individual aportación a la obra. De lo contrario deberás esperar al final, donde la novela nos enlista las historias escritas por cada uno de ellos. Aunque, a decir verdad, mi recomendación es leer esta novela de principio a fin sin saltarte una sola página.

A pesar de que las historias podrían ser, en teoría, leídas individualmente, el no seguir la estructura lineal de esta novela, causaría que te perdieras de los sutiles momentos de desarrollo y crecimiento de sus personajes. Después de todo, ese es el propósito de esta historia: así Dorothy sigue el camino amarillo para recorrer la maravillosa tierra de Oz, el hilo narrativo presentado por los editores sirve como una guía para que el lector navegue por las intricadas relaciones de los personajes, para terminar no en la Ciudad Esmeralda, sino en una catarsis colectiva sobre lo que significa ser parte de la especie humana.

El encierro y sus fantasmas

Puedo decir con seguridad que la primavera del 2020 no es un tiempo que recordemos con cariño en nuestros corazones. El virus que nos mantuvo encerrados en casa, como los cavernícolas que tomaban refugio de lo desconocido en sus cuevas, arrasó con las vidas de millones de personas y cambió a la humanidad para siempre.

Fue una época de incertidumbre, de tristeza y amargura. De la noche a la mañana, el planeta Tierra dejó de girar en su axis, y la humanidad colectivamente comenzó a experimentar la vida a través de una pantalla, sino es que dejó de experimentarla en su totalidad.

Quizás no sea placentero, pero es gracias a obras como Catorce días, que dejamos nuestra huella en el piso. Es decir, que dejamos registros de nuestras dolencias para la posteridad, que tomamos esos fantasmas, esa negatividad e incertidumbre, y la convertimos en algo más grande que nosotros, para mostrar de una vez por todas que la humanidad puede superar cualquier reto que se proponga.