La primera mascota nunca se olvida. Vive siempre en nuestros recuerdos más queridos gracias al profundo vínculo y también por los errores que cometimos y aprendizajes que adquirimos para volvernos mejores cuidadores.

Aquí te hablaré más sobre cómo fue mi experiencia y qué consejos te puedo dar para que los niños disfruten tanto como yo del primer animal a nuestro cargo.

Convencer a los papás

Mis papás siempre fueron fanáticos de los animales. De pequeña me platicaban sobre todas las mascotas que tuvieron: perros, gatos, tortugas, cuyos, peces y hasta un gallo. En los parques se acercaban a acariciar a los perritos y me invitaban a hacerlo a mí también. Sin embargo, nosotros no teníamos ninguna mascota en casa.

Cuando tenía más o menos cinco años empecé a insistir en tener un animal en casa, estaba bien con el que fuera, pero de preferencia quería un perro o un gato. Mis papás me daban largas hasta que en algún punto me explicaron que no podíamos tener una mascota porque vivíamos en un departamento pequeño, ellos trabajaban todo el día y sólo la haríamos sufrir. En ese momento ninguno de nosotros pensó en que existen animales que se adaptan a cada estilo de vida y que, con un poco de investigación, podríamos encontrar el ideal para nosotros.

Mis sueños tuvieron que esperar unos años a que viviéramos en una casa y entonces mi tarea se volvió insistirles todos los días que ya no había excusas para no adoptar una mascota. Supe que los convencí cuando comenzaron a explicarme cuáles serían mis obligaciones con el nuevo perro que decidieron adoptar. Por la emoción, y la inocencia, no me di cuenta de que toda esa alegría que sentía incluiría una gran carga de responsabilidad.

Prepararse para el nuevo integrante

Entre que mis papás decidieron adoptar un perro y su llegada, recuerdo que pasaron algunos meses. Mi mamá incluyó en mi lista diaria de tareas una sección para hacerme cargo de pequeñas actividades relacionadas con la limpieza y el cuidado. Si te gustaría saber qué tareas puede hacer tu hijo dependiendo de su edad y la mascota que tengas, Mi libro de mascotas Onix es una excelente guía.

En mi caso, estas responsabilidades incluían recoger la popó, cepillarlo, bañarlo, darle de comer y pasearlo. Por supuesto, no me tocaban todas diario y mis papás tenían que supervisarme en todo, algo que te recomiendo aplicar con tus hijos. Primero pensé que sería muy divertido: mis tareas ahora inclu��an salir al parque, mojarme y acariciar durante un buen rato a un perrito. Pero estaba equivocada.

¡Por fin llegó a casa!

Una imagen que jamás se borrará de mi cabeza fue llegar a mi casa de la escuela y ver una pequeña bola de pelos negra caminar dando brinquitos hacia mí. Me había imaginado un perro grande y orejón cuando me enseñaron las fotos de los pastores alemanes, así que ese animalito torpe terminó por darle a mi vida la alegría que necesitaba. Y las mordidas.

Me di cuenta de que las mascotas bebés, al igual que los humanos, no tienen mucha capacidad de autocontrol ni entienden bien las reglas. Ni siquiera podría contar cuántas chanclas, muñecas y peluches destrozó mi perro en sus primeros meses en casa. Aunque en ese momento yo lloraba, hoy se lo agradezco: aprendí de paciencia, respeto y disciplina a través de sus travesuras.

Además, las tareas que me tocaban no resultaban tan placenteras cuando quería ver la tele, no barrer el patio; y algunas tardes lo único que deseaba era tomar una siesta y no sacarlo a pasear. Pero poco a poco fui adaptándome a la rutina y comprendiendo que, si yo no organizaba mi propio día, sería responsable de su hiperactividad, de su suciedad o incluso de su tristeza por no dedicarle tiempo.

Conforme fueron pasando los años, las responsabilidades se convirtieron en mi propia felicidad y empecé a verlas como actos de amor más que como obligaciones.

Los momentos difíciles

Una de las más grandes enseñanzas que me dejó mi primera mascota fue ver en mi propia casa un acelerado ciclo de vida. Aunque los dos nos fuimos volviendo más altos y grandes juntos, yo todavía seguía creciendo cuando mi perro empezó a envejecer. Ya no corría a la misma velocidad y, debido a una enfermedad congénita, requería de cuidados especiales.

A pesar del dolor, esto me permitió aprender sobre el funcionamiento del cuerpo de los animales, el sufrimiento físico y su alivio. Junto con mis papás, lo llevábamos al veterinario regularmente y cuando yo iba en secundaria inyecté a otro ser vivo por primera vez para salvarlo de una intoxicación. Es decir, que con una mascota los primeros auxilios son un conocimiento necesario para cualquier emergencia, y es un aprendizaje que se queda para toda la vida.

Finalmente, llegó la muerte. Lo más complicado fue que pasé los años más importantes de mi vida al lado de mi perro. No tenía ningún recuerdo valioso en el que no hubiera estado él: mis fiestas de cumpleaños en las que se comía lo que se nos caía de la mesa, cuando aprendí a manejar y me lo llevé al río en el asiento de atrás, las veces que me sentía mal y lloraba sentada en el piso abrazándolo.

Murió un par de días antes de que me mudara a otra ciudad para la universidad. Fue mi primer contacto con la muerte. Estuvo enfermo varios meses y eso no volvió las cosas más fáciles. Creí que lo afrontaría como la adulta en la que me había convertido a su lado, pero en realidad durante días volví a ser una niña de siete años llorando por perder a su mejor amigo.

Me di cuenta de que el duelo lo estaba viviendo por todas mis etapas que pasé a su lado y que si algo le tenía que agradecer a mi perro eran todas las enseñanzas de lo bueno y malo de la vida, y que me ayudó a conocer mucho de mí misma y de las alegrías y tristezas en poco tiempo.

Considero que una parte muy importante de lo que he logrado ser como adulta se lo debo a haber tenido mascotas en mi infancia y, sobre todo, a mi primer perro. Sin él, no hubiera aprendido de responsabilidad, amor incondicional, respeto, disciplina y alegría.

Crecer con animales te permite desarrollar habilidades que en otros contextos nunca se tendrían. Si, mi infancia fue maravillosa fue gracias a todos los perros, gatos, pájaros, tortugas y peces que me acompañaron en el camino.