Los poemas, los mejores, siempre albergan
un resto que ninguna lectura puede resolver.
Mario Montalbetti

Si yo escribiera una novela, quisiera que fuese como ésta… Y ahora verán por qué.

Gilma Luque nació en Ciudad de México y con El hombre en el jardín (publicada bajo el sello H Literatura)suma ya 5 novelas a su producción literaria. Es editora y traductora también. Pero, principalmente, una escritora con una sensibilidad poética importante para su narrativa. No por nada la obra en cuestión ganó el premio Rosario Castellanos de Novela breve en 2023 por su “uso preciso, minimalista y sutil del lenguaje”, de acuerdo con el jurado del premio.

Y es cierto, Luque teje una novela con pocos elementos: un matrimonio, la gata Félicette, dos casas y tres o cuatro personajes familiares importantes para la narradora Inés, más una inminente demolición (podemos suponer, incipiente gentrificación) del barrio donde está su casa con jardín. Pero lo que me parece sobresaliente es la intuición poética con que construye una atmósfera melancólica, tierna y abierta en su significado.

Retrato de la escritora Gilma Luque.

Hacer aparecer, reconstruir en un mundo en ruinas

Inés, nuestra narradora, es un personaje que vive en dos tiempos: el pasado y el presente. O, mejor dicho, cuando recuerda el pasado (sus abuelos, sobre todo, porque su madre la abandonó de chica y su padre aparece pocas veces) lo hace para darle un soporte a su presente, para soportar su presente.

Su matrimonio con Emilio lleva años de ser y se nos cuenta conforme Inés alcanza un tiempo en que la distancia entre ambos se hace cada vez más grande y el silencio se vuelve más denso en su casa, excepto cuando su gata y las máquinas de demolición filtran un poco de movimiento en su vida con sus maullidos y taladros, respectivamente.

Durante la lectura de la novela me preguntaba cuál era el detonante de la narración y creo que es ése: la falta de presencia (de Emilio, de los abuelos) y la sordidez del presente. Quizá por eso los recuerdos procuran ser lo más precisos posible, porque, dice Inés, “reconstruir a un muerto y a un vivo que ya no está contigo es igual de doloroso, porque hay que reinventarlos. Imaginarlos para que aparezcan”. (p. 14)

Hacer aparecer a alguien que amas o que amaste, y te amó de vuelta, es cargar un talismán contigo, andar el mundo con una especie de compañía.

¿Quién es “el hombre en el jardín”?

Hay amantes que se buscan, se aman y se desean. Y así como compartieron piel, sudor y saliva, ocurren momentos en que comparten indiferencia e incomodidad cuando su vínculo se rompe abrupta y dolorosamente: deben continuar con sus vidas.

No obstante, hay otras ocasiones en que los amantes se separan en el mismo espacio pero comparten rutinas; se ignoran en la mesa pero comparten alimentos. ¿Qué se ha hecho de su unión entonces? No ocurre de golpe, este tipo de distanciamiento es paulatino. Curiosamente, Inés no sabe por qué ocurre con Emilio.

La portada del libro "El hombre en el jardín" de Gilma Luque.

Cuenta cómo, en una ocasión, su esposo le pidió que hicieran el amor en el jardín (p. 66), después, pasó a dormir una noche en él (p. 67) hasta que se quedó ahí a vivir dentro de una tienda de campaña (p. 80). Si bien tanto Inés como Emilio no explican este comportamiento, la narradora hace una pregunta interesante cuando, después de encontrar a su tortuga Chelys en el jardín, regresa a su casa: “¿Por qué siempre me distraigo con el pasado?” (p. 82)

Si, como comenté en el apartado anterior, hacer aparecer a alguien puede ser cargar con un talismán, Inés se resiste a dejar que Emilio se convierta en un mero recuerdo. Lo que dolorosamente sabe es que no puede acercarse más a él aunque quede a escasos metros de distancia de sí. Bien lo reconoce un poco antes: “A veces creo que el amor es como una aporía de Zenón –dije–, que el amor y el movimiento son imposibles”. (p. 66)

¿Cómo, entonces, se puede salvar el presente?

Despojar, regresar: dos verbos para conjugarse en diferentes tiempos

Comentaba al inicio que el ruido de las máquinas alrededor de la casa de Inés y de Emilio penetraban en sus vidas como una de las pocas señales de movimiento en su interior. Al tiempo que Emilio adquiere cualidades cada vez más “inhumanas” (vive entre basura en su casa de campaña, sucio, con el pelo y las uñas largas), las nuevas construcciones anuncian la próxima especulación inmobiliaria, los nuevos precios de los predios.

Como puede suponer quien lea esta nota, el despojo de la casa con jardín ocurre inevitablemente: el matrimonio de Inés derruido, su mundo y sus recuerdos derrumbados. De Emilio, nada más sabemos. Éste es su insoportable presente.

En consecuencia, Inés regresa a la casa de su padre con Félicette. Pero en la escena final, que no contaré aquí, ocurre que tenemos que reconsiderar todo lo que hemos leído. Este regreso, que supone una vuelta al pasado, alberga, como dice el epígrafe de Montalbetti de esta nota: “un resto que ninguna lectura puede resolver”.

Una novela poética

¿Qué de poética tiene una novela? ¿Son acaso sus metáforas, sus aliteraciones, su ritmo, su retórica? ¿O es alguna otra cosa que conocemos bien de los poemas y que en pocas novelas la encontramos? Estas preguntas son las que quiero responder aquí.

Una narración puede hacernos llorar, puede, incluso, hacernos reflexionar sobre nuestro llanto: sea porque un personaje padece algo injusto, una escena nos recuerda un evento de nuestras vidas o porque hubo un pasaje feliz. Pero rara vez, incluso me atrevería a decir que casi nunca, una novela nos conmueve por su indeterminación. Y en eso, esta novela de Gilma Luque se parece a un poema.

En efecto, importa el lenguaje, el estilo de la escritora; pero importa más qué hace con los pocos elementos que ha elegido para construir su novela, más que la historia que nos está contando y que es resumible. Lo que no es resumible, lo que no se puede comunicar porque está contenido en la lectura del texto es eso que la vuelve poética: una ambigüedad sobre lo que ha ocurrido.

Y quiero aclarar que no se trata de una opción a elegir entre interpretaciones de la novela, entre una interpretación A o una interpretación B sino en esa zona que conjunta otras interpretaciones C, D o E incluso. Un darle vueltas al asunto y quedarnos con la sensación de que algo se escapa pero cuya presencia en nuestra vida es agradable y provoca un efecto de asombro.

En consecuencia, si yo escribiera una novela, me gustaría que fuese así. Y por eso, recomiendo ampliamente leerla y releerla como se recuerdan los versos que llevamos como talismanes en nuestra vida.