En Mambo, Alejandra Moffat construye una novela que se mueve entre la inocencia y el espanto, entre la memoria y la imaginación. Desde la mirada de una niña, la escritora chilena explora los silencios de una generación marcada por la dictadura chilena, pero también por la capacidad de transformar el miedo en juego.

Publicada por el sello H Literatura y escrita desde México, Mambo es una obra que se inserta con fuerza en la llamada literatura de los hijos, pero que al mismo tiempo amplía sus límites hacia un territorio poético y universal. En esta entrevista con Alejandra Moffat, ahondaremos en las temáticas y detalles que motivaron la escritura de la novela.

Los distintos lenguajes de Alejandra Moffat

Alejandra Moffat inició su carrera en el teatro. Estudió dramaturgia y comenzó adaptando textos para sus compañeros, fascinada por la posibilidad de crear mundos en escena. "Me gustaba mucho pedirle a mis compañeras y compañeros: ‘¿Querés adaptar esto? Yo lo adapto’", recuerda.

La dirección y la escritura teatral fueron su primera escuela de narración visual. Luego vino su primera novela, El hacedor de camas, y con ella un comentario que cambiaría su rumbo: una directora de cine le dijo que su escritura era "muy cinematográfica".

Fotografía de la escritora chilena Alejandra Moffat.

A partir de ahí, Moffat comenzó a explorar el lenguaje del guion, descubriendo una nueva forma de narrar. El cambio no fue inmediato ni sencillo: "En el guion no se pueden escribir pensamientos ni sentimientos; todo tiene que revelarse a través de la acción".

Esa restricción, sin embargo, afiló su mirada narrativa. Aprendió a sugerir, a condensar, a construir desde el gesto. Ese oficio de guionista dejó huella en su novela Mambo, donde cada escena se despliega como un cuadro fílmico, lleno de atmósfera, ritmo y silencios.

El origen de Mambo: la infancia en espera

La chispa que encendió Mambo fue una pregunta aparentemente simple “¿Cómo fueron tus tiempos de espera en la infancia?”. Una amiga se la hizo mientras investigaba sobre ese tema, y la respuesta de Moffat fue una secuencia de imágenes: autos, zapaterías, librerías; lugares donde aguardaba a que sus padres volvieran. "Fue como una película en mi cabeza", cuenta. De esa memoria fragmentada surgió la necesidad de escribir sobre la espera, sobre las ausencias y la soledad que se instala en la niñez cuando el mundo adulto está ocupado en sobrevivir.

Mambo parte de esa sensación: la de una niña que observa el mundo desde la distancia, que intuye el peligro pero no lo comprende del todo. Moffat transforma la experiencia personal en una meditación literaria sobre el tiempo, la memoria y la percepción. Esa mirada infantil, cargada de imaginación y desconcierto, le permite narrar la dictadura sin recurrir al discurso ni al juicio, sino desde el eco emocional que deja en quienes crecieron entre el miedo y la ternura.

La literatura de los hijos

En Chile, los escritores nacidos en los años setenta y ochenta han construido una genealogía literaria conocida como la literatura de los hijos. Son autores que no vivieron la dictadura como adultos, sino como testigos involuntarios. Alejandro Zambra, Nona Fernández y la propia Alejandra Moffat, entre otros, son parte de esa generación que reescribe la memoria desde la distancia.

Moffat lo asume sin rodeos: Mambo pertenece a esa tradición. "Es distinto haber vivido tu adultez en una dictadura que haber vivido tu niñez o adolescencia en ella", dice. Su infancia terminó cuando Chile comenzaba la transición democrática, y esa brecha entre el horror vivido y el relato heredado define su perspectiva. No escribe desde el trauma directo, sino desde el eco, desde la reverberación emocional de lo que los adultos callaron.

Lo que distingue a Moffat dentro de este grupo es su apuesta por una voz poética que equilibra la ternura y el espanto. Mambo no busca reconstruir la historia, sino comprender cómo se filtra el miedo en la imaginación de una niña que apenas empieza a entender el mundo.

La voz de la inocencia sin ingenuidad

Ana, la protagonista, es una niña que mira sin entender del todo, pero que percibe con una sensibilidad aguda. Su voz está marcada por la curiosidad, la ternura y una conciencia intuitiva del peligro.

Lograr ese equilibrio fue uno de los mayores desafíos para la autora. "Tuve que ir sacando mi voz adulta", confiesa Moffat. El resultado es una narradora que no juzga, no interpreta, simplemente observa.

Esa voz consigue lo que pocas narrativas sobre dictadura logran: mantener la complejidad política sin perder la perspectiva emocional. En Mambo, la violencia no aparece de manera explícita, sino como una presencia latente, un ruido de fondo que se cuela entre los juegos y las conversaciones. Moffat evita la inocencia naif; su niña no es ajena al miedo, pero tampoco lo comprende con las palabras de los adultos. Vive en un estado de sospecha constante, como quien escucha tras una puerta y apenas logra descifrar fragmentos.

Portada del libro Mambo de Alejandra Moffat.

El efecto es devastador en su sutileza: el lector percibe el terror desde la ternura, como si el horror se filtrara a través de una voz que aún no sabe nombrarlo. Esa elección estética convierte a Mambo en una novela profundamente humana y política a la vez, al denunciar hasta donde llegó la violencia durante la dictadura.

La imaginación como refugio

La infancia, en la narrativa de Moffat, no es solo una época perdida, sino una forma de mirar. La autora cree en la imaginación como un espacio de resistencia y de conocimiento. "La literatura me permite reflexionar desde otros lugares", dice. Esa idea atraviesa toda la novela: el lenguaje y la fantasía como escudos frente al miedo.

En Mambo, Ana y su hermana transforman la realidad con el poder del juego. El bosque donde viven se puebla de criaturas invisibles, los adultos se convierten en personajes de fábula y el dictador Pinochet es rebautizado con un nombre secreto: Pinocho. Esa metamorfosis del lenguaje es también una forma de sobrevivir. En el universo de la novela, lo imaginario no evade lo real; lo traduce, lo vuelve soportable.

Para Moffat, el lenguaje es una herramienta que redefine la experiencia. "Me fascina que con las mismas palabras que usamos todos los días se pueda crear un lugar completamente distinto", afirma. En su visión, las transformaciones colectivas pueden nacer de la lectura, pero Mambo no pretende ser un manifiesto. Su revolución es más íntima: ocurre en el silencio compartido entre autora y lector.

Escribir desde la distancia

Aunque Mambo narra una historia chilena, fue escrita en México. Y ese hecho, lejos de ser anecdótico, se vuelve esencial para entender su tono y su estructura. "Si hubiera estado en Chile, habría escrito una novela completamente distinta", reconoce Moffat. La distancia le dio libertad, perspectiva y, sobre todo, una nueva forma de ternura.

Su experiencia en México influyó de maneras inesperadas. "Cuando llegué, me sorprendió la amabilidad mexicana. No la conocía, y eso también me hizo entrar a la ternura desde otro lugar". Esa sensibilidad distinta, más luminosa, permea la novela.

Moffat descubrió que alejarse del territorio original le permitía ver con mayor claridad las sombras del pasado. La distancia geográfica se convirtió en distancia emocional, y desde allí pudo reescribir su propia historia.

También influyó el entorno creativo mexicano: sus amistades, las conversaciones literarias, los clubes de lectura, los espacios culturales. Todo eso, dice, nutrió el proceso de escritura. Mambo es, en ese sentido, una novela chilena escrita con corazón mexicano.

El museo del juguete

Hay un momento crucial en el proceso creativo de Moffat: su visita al Museo del Juguete Antiguo de la Ciudad de México. En plena crisis con la novela, luego de descartar una versión anterior narrada por una voz adulta, encontró allí la clave estructural que necesitaba. “Vi ese lugar loquísimo, lleno de juguetes incompletos, sin orden, sin una explicación clara. Y dije: quiero que Mambo sea así”.

Esa estructura fragmentaria refuerza el tema central del libro: la imposibilidad de una memoria lineal. La infancia no se recuerda como una cronología, sino como un mosaico de sensaciones. En ese sentido, Moffat logra una forma narrativa profundamente orgánica, donde el desorden se vuelve verdad.

Una novela con un título musical

El nombre Mambo llegó a la autora de manera casual, pero su resonancia simbólica fue inmediata. "No sabía qué título ponerle. No quería una palabra con demasiado peso. Y una noche, escuchando a unos amigos tocar una canción llamada 'Mambo', se me quedó dando vueltas la palabra".

En algunas partes de Latinoamérica, la palabra "mambo" significa tanto el ritmo musical, como también un problema o algo complicado. Esa ambigüedad encajaba perfectamente con la novela, el baile como ritmo, el problema como fondo, el código como complicidad. Además, dentro de la historia, Mambo tiene un significado oculto que sólo los personajes entienden, un lenguaje secreto que refuerza la idea de que hay cosas que sólo pueden nombrarse en clave.

El título funciona como una contraseña entre autora y lector. Evoca el movimiento, la confusión, la energía, pero también el misterio. Y como la novela misma, tiene capas de sentido que se revelan de a poco.

Entre el juego y el miedo

Si bien Mambo nace de una experiencia chilena, su fuerza está en lo universal. La novela ha encontrado eco en lectores de distintos países latinoamericanos porque habla de algo que todos comparten: la infancia como territorio de imaginación y de miedo. "Las personas logran irse a su propia infancia", dice Moffat. "Logran recordar sus propios tiempos de espera".

Esa capacidad de evocación convierte a Mambo en una obra que trasciende el contexto histórico. No es una novela sobre la dictadura, sino sobre la mirada infantil frente a un mundo que se derrumba. Y en ese sentido, dialoga con otras tradiciones literarias donde la niñez sirve para mirar el horror desde una óptica poética como El beso de la mujer araña de Manuel Puig, Los ejércitos de Evelio Rosero o Formas de volver a casa de Alejandro Zambra.

En Mambo, Alejandra Moffat demuestra que la memoria se escribe con sensaciones. El temblor de una puerta cerrada, una risa infantil que intenta cubrir el silencio, una palabra que se transforma en refugio. Su novela nos recuerda que la infancia, incluso en medio del miedo, conserva una fuerza capaz de desafiar al horror.

Moffat convierte la ternura en una forma de resistencia y la imaginación en un gesto político. Mirar el pasado con los ojos de una niña es también una manera de reescribir la historia sin renunciar a la esperanza.