El inspector de Nikolái Gógol, una obra de teatro de corte satírico de la que te contaremos más en esta reseña.

Nikolái Gógol

El 1 de abril de 1809 nació en Sorochintsy (actual Ucrania) uno de los cuatro escritores más importantes de la literatura rusa: Nikolái Gógol. Creció en el seno de una pequeña familia de terratenientes y fue así como pudo llegar a trabajar en uno de los cientos de puestos burocráticos del imperio ruso en San Petersburgo, siempre manteniéndose en las jerarquías más bajas.

Mientras ejercía este puesto intentó integrarse al mundo literario ruso con algunos poemas muy mal recibidos por la crítica, por lo que desistió brevemente de sus pretensiones. Sin embargo, en 1831 conoció a Aleksandr Pushkin, quien reconoció altamente sus obras y, gracias a sus críticas positivas, Gógol comenzó a resaltar en el arte ruso. También, con la ayuda de Pushkin obtuvo una plaza en la Universidad de San Petersburgo, donde dio clases de Literatura medieval.

Cuando tenía 38 años realizó un viaje a Jerusalén que determinaría el final de su vida. Ahí tuvo contacto con un sacerdote ortodoxo quien lo convenció de dedicarse por completo a la religión y olvidar la literatura. Gógol quemó los manuscritos que estaba escribiendo y pasó sus últimos años sumido en la locura. Murió con tan sólo 42 años de edad.

El Imperio ruso

El inspector es una obra que satiriza la sociedad rusa de principios de 1800, por lo que es necesario comprender el contexto histórico donde se inserta y qué fue lo que inspiró a Gógol.

El zar Alejandro I temió que las ideas liberales llegaran a su imperio a principios del siglo XIX, por lo que instituyó la Policía Militar Especial, a localizar y reprimir cualquier acto sospechoso de traición. Algunas de las víctimas de la censura durante este periodo fueron Pushkin, Dostoyevski, Tolstoi, Chéjov y, por supuesto, Gógol.

En 1825, el zar Nicolás I sucedió a Alejandro I y su gobierno fue muchísimo más represivo que el de su predecesor. En este contexto tan aterrador Gógol se atrevió a escribir una obra del corte de El inspector, que fue recibida como una gran golpe contra el zarismo, pero que Gógol logró disimular asegurando que simplemente era una burla hacia los pequeños pueblos de provincia.

El inspector

La comedia ha sido un género muy utilizado en toda la historia del teatro, pero encontrar una obra que realmente haga reír a carcajadas, sobre todo cuando se lee en vez de verla representada, es una verdadera hazaña. Y esto y más lo logra Gógol en El inspector.

La historia se sitúa en una pequeña provincia del imperio ruso, con el Corregidor y sus allegados como protagonistas. De repente reciben la noticia de que un inspector irá sorpresivamente al pueblo a ver cómo está funcionando todo, ante lo cual entran en pánico, pues no tienen ningún reparo en reconocer que no sólo no hacen su trabajo bien, sino que son unos corruptos cínicos.

Cuando se ponen a platicar entre ellos cuáles pueden ser las razones de la visita, entre las que se puede encontrar tanto alguna acusación falsa de traición o haber aceptado sobornos. La historia avanza hasta que aparece un personaje misterioso en la posada del pueblo, que es calificado por todos como un caballero muy reconocido, de mirada inteligente y riqueza perceptible; por lo cual asumen que es el esperado inspector y se ponen manos a la obra para intentar adularlo (y sobornarlo).

Sin embargo, el “inspector” es en realidad un joven de 23 años llamado Jlestakov, ludópata, funcionario venido a menos en San Petersburgo. Es un aprovechado que intenta sacar la mayor ventaja de los demás.

No hay puesto público que se libre de la crítica de Gógol: los corregidores que aceptan sobornos, los doctores que ni siquiera se ocupan de atender a sus pacientes, los jueces que piden presupuestos públicos para construir obras y se quedan con todo, las mujeres de los funcionarios desesperadas por ascender en el escalafón cueste lo que cueste.

Y por supuesto, está el pueblo, el que verdaderamente sufre las atrocidades de esas clases altas que no hacen más que jugar con el dinero. El pueblo, una figura colectiva en la obra, ofrece cohechos no por corruptos, sino porque no comprenden de qué otra forma lograr que alguien los ayude a parar con toda la crueldad que viven día con día. Es posible que las únicas partes no cómicas del libro sean cuando la gente intenta acercarse al supuesto inspector a pedir los derechos básicos que merecen y que nadie nunca les va a dar.

El inspector causa tanta risa gracias a que nos seguimos identificando con lo que describe. Gógol aborda n tema que pareciera trascender los límites de los imperios, los territorios y los siglos, y ser más bien una cualidad intrínseca del ser humano.