Joseph Conrad (1857-1924) no sólo es un escritor de historias de aventuras. Si bien la mayoría de sus novelas abarcan el mundo de la navegación, su parentesco con la narrativa de Robert Louis Stevenson o de Julio Verne puede verse cuestionada al entrar a las páginas de Lord Jim (1900), Nostromo (1904), su célebre obra El corazón de las tinieblas (1899) o La línea de sombra (1915), de la que hablaremos en este texto. Porque, ante todo, Conrad es un escritor de símbolos.

Y no es que Verne o Stevenson no crearan símbolos con De la Tierra a la Luna (1865) o La isla del tesoro (1883), sino que las preocupaciones literarias de Conrad se acercan a los cuestionamientos más profundos del espíritu humano, como en la narrativa de Melville en Moby Dick (1851). Con esto comienza y termina mi admiración y poco gusto por Joseph Conrad.

¿Cómo narrar el horror? El corazón de las tinieblas

La historia de Marlow, el narrador de esta novela, a través del Congo para buscar al perdido oficial de la naval Kurtz es un tópico reconocido entre cierto culto de lectores. Quizá un poco menos de culto a raíz de la popularidad de la película Apocalypse Now! (1979) de Francis Ford Coppola (y protagonizada por Marlon Brando y Martin Sheen), pero igual de oscura o menos leída que Verne o Stevenson.

Poster de "Apocalipsis ahora" Fuente: Filmaffinity

Fuera de la búsqueda, lo importante es encontrar un modo, el más idóneo, para expresar aquello que, frente a los ojos humanos, sólo sobrepasa la imaginación (así como Kant definiría lo sublime) y convierte las palabras en polvo: el horror.

El mismo Kurtz intenta expresarlo con sus actos e intenta explicar cómo afecta su mecanismo en los corazones de la gente, pero falla (aquí la violencia colonial de Inglaterra sobre el Congo para obtener marfil es implacablemente criticada). Marlow, quien se vuelve su portavoz, es quien logra encontrar un hilo conductor que le da forma a través del símbolo de la iluminación por haber sobrevivido.

Personalmente, Conrad me disgusta por su prosa morosa, todavía con el tono solemne con que se narraba en el último decenio del siglo XIX, pero le reconozco la perfección de su símbolo: Marlow es un iluminado que ha vivido el horror y quien puede narrarlo a los demás navegantes que lo acompañan en un bote a orillas de un río inglés. El atardecer cae tras ellos como en una pintura impresionista, y dicha imagen expresa un espectáculo común a los ingleses decimonónicos: la de imaginar al sol como un carbón que pronto se extinguirá junto con el mundo.

Así de poderosa es la redondez del símbolo conradiano. Sin embargo, ésta no es una nota sobre El corazón de las tinieblas ni sobre el horror humano, o sí, mas no sobre el colonialismo inglés sino sobre la chamba y la responsabilidad de envejecer.

La línea de sombra: “Fatigado no, me siento viejo”

Ésta podría ser la frase que cubra a toda una generación de personas que está entrando en su primera chamba o, mejor aún, quien subió de puesto y tiene más responsabilidades que cubrir, personas a las cuales darles una dirección como equipo, y evitar —en la medida de lo posible— que el barco donde habitan naufrague.

La línea de sombra (1915) nos pone frente a un narrador protagonista desconocido cuya vida se divide entre la juventud y la vejez, el antes y el después de su trabajo como marinero cuando esperaba regresar a casa y cuando le ofrecieron la posibilidad de convertirse en capitán de un barco mercante: el Oriente.

Impresión, sol naciente. Claude Monet. (1872)

No ahondaré en la trama porque los hilos que tejen su convivencia con los personajes en tierra y en mar, sus pensamientos y sus vicisitudes, conforman una gran madeja que es necesario desenredar por uno solo.

Sin embargo, lo esencial de esta novela es la diferenciación, la línea de sombra que separa al narrador de sus impulsos de juventud (vehemencia, ímpetu, desdén y arrogancia) con la comprensión de la vida humana y las tribulaciones individuales de la gente una vez que envejeció por el trabajo.

¿Cómo llegó ahí debido a un puesto de capitán? Lo que se nos muestra es simple: la experiencia. El puesto de capitán se lo ofrece un almirante del puerto por su capacidad como marinero y, al hacerse cargo del barco, la narración toma un giro en la mente del protagonista, quien deja de lado los pensamientos sardónicos para enfocarse en la observación para tomar decisiones de vida o muerte y que mantengan la concordia entre la tripulación.

Esa experiencia de la responsabilidad es la onerosa carga que lleva el protagonista hasta que puede volver a tocar puerto una vez que regresa de Singapur. Ahí tiene este diálogo que acompaña el subtítulo de este apartado y, sin sospecharlo, ésa es la experiencia que le permite entender que ha envejecido, y quizá no del todo físicamente, sino en su espíritu (aunque, para ser honesto, no me parece que suene arrepentido).

Para un lector del siglo XXI puede ser difícil acercarse así de pronto a Joseph Conrad por el tamaño de sus libros y por la “poca aventura” que hay en ellos. Empero, afortunadamente, contamos con una lista que permite acercarse adecuadamente a él y, sobre todo, esta nota que espera ser de ayuda para las y los lectores que desean buscar en las novelas algo más que sólo una historia sobre mares, barcos y estrellas titilantes que acechan desde el cielo.

A ellos, espero que la lectura de Conrad les sea de mucho provecho.