Ligia Urroz, escritora nacida en Managua pero cuya nacionalidad es mexicano-nicaragüense, nos entrega su tercera novela con un título que no debe ser tomado a la ligera: Por mi gran culpa, publicada bajo el sello H Literatura.

Su historia, personal a la vez que fuertemente latinoamericana, nos coloca en una encrucijada por su temática y por su premisa: el relato de continuos abusos físicos y de poder ejercidos por un obispo a la joven Josefa, oriunda de Castilla y León, España, quien resulta embarazada y debe huir del sombrío futuro que planeaban para ella.

¿Cómo puedes rehacer tu vida a finales del siglo XIX siendo mujer y proviniendo de una familia de profunda raigambre católica? Ésta es la pregunta que la escritura de Ligia Urroz trata de responder, entre otras.

Un contrapunto en equilibrio

La situación de abuso que padece a lo largo de varias semanas Josefa, y su posterior confesión a su hermana Dolores sobre el hecho, coloca a ambas en un estado de odio y de temor constantes. ¿Qué hacer cuando se enteren los padres? ¿Cómo enfrentarse al obispo, si es uno de los hombres más influyentes de Castilla y León? ¿Qué pasará con la menor de las hermanas, Genoveva, cuando el obispo ponga su ojo en ella?

Hay una sensación de extravío y de reencuentro conforme Ligia contrapuntea entre el pasado y el presente de sus personajas. A este respecto, María Luisa, una mujer independiente y autónoma que conocen en la embarcación El Zarabanda, las adopta como ahijadas a Josefa y Dolores para formar una alianza que restituye el sentido de pertenencia una vez que se alejan de su patria las españolas. Personalmente, uno de los capítulos más conmovedores de la novela después de los azotes vividos en Castilla y León.

Pareciera algo menor, pero dicha alternancia entre tiempos permite subrayar y erosionar el pasado de Josefa y Dolores al punto en que sólo el presente de ambas en Managua es lo único que termina por importar en la novela. Asimismo, ese pasado marcado por la nefasta presencia del obispo pierde espesor para dar oportunidad de resplandecer a otros escenarios: Santiago de Cuba y Managua, sus olores, sabores y música.

Portada del libro Por mi gran culpa de Ligia Urroz.

La sociedad managüense a finales del siglo XIX

A ojos de quien vive con plenitud las libertades religiosas, políticas, sociales y, sobre todo, sexuales, del siglo XXI, una mujer soltera embarazada no supone ser alguien mal visto. No obstante, en una cultura católica y conservadora en el siglo XIX en Managua, dicha persona podría levantar sospechas para la moral imperante. Y es a partir del embarazo de Josefa que María Luisa decide inventarle una historia para dejarla en estado de viudez y justificar el crecimiento de su vientre.

Ligia Urroz, con su estilo tan claro y pulido, establece los parámetros sociales que debemos entender para continuar con la historia y el futuro de Josefa y Dolores, lo cual es de un gran mérito debido a la lejanía que esta época representa para nosotros, plenamente imbuidos en la pluralidad del siglo XXI. Y como dicho establecimiento nos permite empatizar con las protagonistas y tener desacuerdos ideológicos con otros personajes que las rodean, así es como logramos entrar de lleno a las amenazas de nuevos antagonistas, y conocer los primores de personajes más felices.

¿Por qué esta novela es una comedia humana?

En referencia al gran escritor Honoré de Balzac, quien se propuso retratar fielmente la Francia de 1804 a 1830, el término “comedia humana” se refiere a los momentos más nimios, geniales, dolorosos, felices y convulsos que puede ofrecer una cultura a través de sus actores principales: las personas de carne y hueso, tanto poderosas como marginadas.

De esa manera, Ligia Urroz me parece que compone una pequeña “comedia humana” en Por mi gran culpa debido al gran espectro de emociones y situaciones que pueden acometer los corazones de sus personajes; y exponer las mezquindades y bondades de que es capaz una persona por otra, llevándonos en medio de las espuelas de estos galgos hechos de palabras.

Bien lo menciona el escritor mexicano Guillermo Arriaga en la contraportada de la novela: “Por mi gran culpa conmueve, emociona, divierte, nos enoja, nos hace reír, nos descubre mundos, nos confronta, nos hace viajar por ese gran río que es la experiencia humana”.

Fotografía de la escritora Ligia Urroz.

A mí no me corresponde con esta reseña contar en qué desemboca el río por donde transcurre el libro. Le corresponde a quien lee estas líneas encontrar asidero durante el viaje. Sin embargo, puedo asegurar que la epístola que aparece en las últimas páginas nos entrega un pasado por el que supura dolor, asombro, repugnancia y, sobre todo, una extraña sensación de alivio que convierten a Ligia en una narradora dueña de la plenitud de su escritura y de una llave para abrir, no sin temor, los secretos familiares que, como fantasmas, rondan los silencios de la familia para exorcizarlos, para absolverlos de la culpa con que cargan entre generaciones.