“Ser mamá es lo más natural en la vida”, “Cuando los tengas, te saldrá el instinto materno”, “No hay nada que dé más alegría que tener un hijo”. Ésas y muchas otras frases son escuchadas sin parar cuando una mujer habla sobre tener hijos y sus inquietudes. Pero ¿qué tan ciertos son estos estereotipos? ¿De verdad la maternidad es ese paraíso de amor y comprensión que tanto nos han vendido? ¿O existen procesos mucho más complejos que deberían explorarse y compartirse? Todas estas preguntas son abordadas en Una madre, la más reciente novela de Alejandra Parejo.

Alejandra Parejo

Alejandra Parejo es una escritora y copywriter española que ha participado en múltiples proyectos publicitarios y escrito varios guiones. Cuando descubrió su pasión por la escritura, comenzó a escribir para diferentes marcas y a impartir cursos de escritura creativa.

Su debut literario fue con Una familia normal, donde ahonda en las interrogantes que asaltan a una mujer que se da cuenta de que está embarazada y que todo a su alrededor es el escenario idóneo para formar una familia, ¿pero es esto cierto?

Todas estas interrogantes planteadas en este libro sobre qué es ser mujer, pareja, hija, amiga y profesional, parecen ser los temas que dan continuidad a la creación de Parejo, por lo que resulta natural que su segunda novela, Una madre, continúe con estas elucubraciones, pero desde un ángulo mucho más oscuro.

Ser madre

La novela trata sobre Bruna, quien tiene un mes de haber dado a luz y está sumergida en el caos real y crudo de ser una madre soltera que no sabe cómo coordinar su vida común con tener un bebé y peor aún, ni siquiera es capaz de llevar una rutina satisfactoria.

El llanto de “éste”, como llama a su hijo, es el primer escenario con el que arranca la novela, un sonido de fondo que atonta y atormenta todas las acciones de Bruna a lo largo del libro. Estos gritos y lágrimas son el hilo comunicante que enhebra las inquietudes y arrepentimientos de la protagonista.

La narración tiene el equilibrio perfecto de cuáles son los verdaderos pensamientos que pueden tener muchas madres al dar a luz: no es odio, pero tampoco amor; no es una depresión rotunda, pero tampoco una alegría exultante.

La maternidad aquí es retratada con los actos comunes. Nada de emociones profundas y trascendentales, preguntarse el rol de una madre de forma abstracta, las maneras de hacer feliz a un hijo. Sólo la cotidianeidad: que el bebé no se ahogue con las sábanas, que no se congele con la nieve, que no se quede sin fórmula, que no se pegue mucho a la piel porque expide demasiado calor y es incómodo.

Bruna no fue mamá por accidente: se sentía más que preparada (y emocionada) para tener un bebé. Pero con su llegada, se dio cuenta de que no es como ella pensaba: está sola, no tiene familia y tampoco tiene mucha idea de qué está haciendo.

Gracias a esta soledad, la paranoia es el factor común en su relación con su hijo: “Estas baldosas son peligrosas si un niño gatea. Si empieza a dar sus primeros pasos y se cae aquí, podría cortarse, abrirse la barbilla, tocar la mierda que se acumula en los huecos de los rotos”. Y entonces piensa que está loca. Porque puede ser genético. Porque en realidad Bruna no está completamente sola: tiene una madre con bipolaridad que la abandonó a los siete años y a quien, de pronto, tiene que cuidar, junto con su bebé recién nacido.

Ser hija

Encarna estuvo presente los primeros 7 años de vida de Bruna, y de repente desapareció, abandonándola en casa de sus padres. Desde ese día, la historia de Bruna estuvo atravesada por la absoluta incomprensión, la necesidad de aprobación de una figura que no estaba en su vida, a la vez que saberse un estorbo para sus abuelos.

Es por esta razón que no aprendi�� a ser hija, un tema que no la había atormentado hasta que se vio frente a frente con su madre enyesada, incapaz de moverse por sí misma después de un accidente y completamente alejada de la realidad. Bruna vuelve a su casa de la infancia, una que no recuerda, de la mano de una mujer a la que no conoce y con la que siempre fantaseó.

Su vida comienza a llenarse de esas pequeñas imágenes de lo que podría ser una familia feliz: la abuela arruyando a su nieto, una hija peinando a su madre, una casa rodeada por la nieve. Pero la realidad no es así y está atravesada por el constante llanto imparable del bebé, la incapacidad de Bruna de llamarlo hijo y de decirle madre a una mujer que se lo pide a la vez que la aleja.

La voz de Encarna también se hace escuchar en las páginas en medio de palabras sin sentido. Su historia, marcada por un trastorno mental sin tratar hasta demasiado tarde, está llena de odio y rechazo hacia ella. Y a la pregunta más importante: ¿por qué decidió dejar de ser madre? Sólo existe una posible respuesta: no sé.

Una madre no es una novela de respuestas, sino de preguntas alrededor de un tema que se vive de forma individual. Justo ahí radica la gran y valiosa labor de Alejandra Parejo: enunciar diferentes formas de maternar y de amar, liberando aunque sea un poco el peso que recae sobre los hombros de miles de madres que no aman como les dijeron que tenían que hacerlo.