Hay dolores que nos aplastan poco a poco hasta que parecen fundirse con nosotros, pero que son parte de lo que en realidad somos. La primera novela de la escritora uruguaya Gabriela Escobar Dobrzalovski, Si las cosas fuesen como son ha sido reconocida por su intensidad emocional, su propuesta estilística y su voz única.

El libro obtuvo el Premio Juan Carlos Onetti de Narrativa 2021, fue finalista del Premio IESS en Italia (2022) y seleccionada en la longlist del Premio Finestres en España (2023). Desde su publicación ha llamado la atención de la crítica por su capacidad para combinar lirismo, humor negro y una mirada cruda sobre la familia y la memoria.

La historia parte cuando, tras una ruptura amorosa con Julia, la narradora regresa a la casa de su madre, la Tumbona. Con el rumor constante del mar como fondo, pero lejos de la calma bucólica, lo que encuentra es un espacio tenso, cargado de silencios y emociones contenidas.

Allí conviven también sus hermanos, apáticos, inmóviles, atrapados en una dinámica familiar que oscila entre lo grotesco y lo trágico. Ese regreso, un paréntesis involuntario, se convierte en un recorrido doloroso por la memoria familiar, por heridas del pasado que siguen abiertas y por afectos truncos que aún reclaman atención.

La herida familiar y una madre que asfixia

La Tumbona es una figura dominante, contradictoria, silenciosa y feroz. Su presencia lo ocupa todo, incluso cuando no habla. Sin embargo, no estamos ante una villana, sino ante una mujer atravesada por el deber de cuidar y el deseo de controlar.

Una madre que ama, pero cuya forma de amar resulta asfixiante. Esa ambigüedad convierte a la Tumbona en una figura poderosa, que recuerda a las madres de la literatura de Vivian Gornick o a las presencias femeninas oscuras de María Negroni.

Portada de la novela Si las cosas fuesen como son de Gabriela Escobar Dobrzalovski.

Otro de los aspectos que recorre la novela es la imposibilidad de comunicarse. La narradora intenta conectar con sus hermanos, pero ellos parecen habitar una dimensión paralela, inmóviles, apáticos, indiferentes, unidos a su madre tanto en matrimonio —la autora los llama hijos-esposos— como físicamente —se menciona también que la Tumbona los absorbe y se los come—.

Esa distancia entre los miembros de la familia genera una tensión constante, que se expresa en los diálogos fallidos, pero también en los silencios, las omisiones, los gestos mínimos. La casa está llena de cosas no dichas, de secretos tácitos, de emociones que flotan en el ambiente como una humedad invisible.

El dolor y la ruptura de una misma que aplasta

Desde el primer capítulo, Escobar deja claro que el dolor no solo es una consecuencia de la separación sentimental, sino un eco más profundo de una historia familiar marcada por el desencanto, la traición y la incomunicación. El dolor puede convertirse en materia de creación cuando se deja reposar, cuando se observa con cierta distancia, sin dejar de habitarlo. Esta protagonista parece llevarse con movimientos de quien vuelve sobre sus propios fantasmas no para exorcizarlos, sino para entenderlos.

Aparte de la ausencia de Julia, la narradora también enfrenta la necesidad de revisitar su historia afectiva, sus vínculos familiares, sus propias formas de amar y de doler. Nos encontramos entonces en un momento decisivo en la vida de la protagonista y de cualquier ser humano que se haya quebrado, ese tránsito entre el colapso y la posibilidad de reconstrucción. Pero en Si las cosas fuesen como son esa reconstrucción no es luminosa ni redentora, sino lenta, incierta, fragmentaria, como la misma estructura del texto.

Una de las virtudes más notables de la novela es su capacidad para generar tensión sin recurrir al dramatismo fácil. El humor negro, las imágenes insólitas, las situaciones absurdas, todo contribuye a crear un tono que evita la solemnidad.

Muchos de esos elementos recuerdan la manera en la que contamos algo doloroso de nuestro pasado, situaciones que solo con el tiempo logran hacernos reír. Esa distancia entre el dolor vivido y el relato escrito permite que el texto oscile entre lo conmovedor y lo grotesco, entre la risa e incluso el espanto.

La narrativa desolada de Si las cosas fuesen como son

La estructura de la novela es fragmentaria: capítulos breves, a veces de una sola página, que funcionan como instantáneas emocionales, viñetas poéticas o escenas de un diario íntimo. Esta forma permite que la narradora construya un relato a través de pequeños gestos, recuerdos sueltos, escenas aparentemente intrascendentes que, al acumularse, revelan la complejidad de las relaciones humanas. La escritura es contenida, precisa, y al mismo tiempo profundamente lírica. Gabriela logra que cada fragmento tenga el peso de una confesión o de un pequeño hallazgo revelador.

El espacio juega un papel fundamental en la novela. El mar y la playa, los árboles frutales, el calor, los insectos, todo crea una atmósfera que también resulta opresiva. El sonido del mar, por ejemplo, está siempre presente, incluso cuando no se lo menciona directamente.

Esa presencia sonora funciona como un eco emocional que se repite en el acoso que ella recibe en la playa, en cada paso de la Tumbona o en la basura que llega a la orilla del mar, es una desolación constante que nunca desaparece del todo.

La casa materna funciona como una extensión de la Tumbona, es un organismo vivo que respira con sus propios ritmos y que condiciona la existencia de quienes la habitan. Y el entorno natural, en lugar de ofrecer paz, acentúa la incomodidad, la sensación de encierro y la imposibilidad de escapar del pasado.

Pero la voz de Escobar tiene un registro que combina la observación minuciosa de lo cotidiano con una sensibilidad poética y una ironía sutil. Su narradora no busca conmover, pero conmueve. No pretende filosofar, pero invita a pensar. No grita, pero deja huella.

Retrato de la escritora Gabriela Escobar Dobrzalovski

La crítica ha elogiado esta capacidad de la autora para mezclar registros y tonos. La escritora argentina Mariana Enriquez dice que Escobar “observa a su familia ya su soledad como si se tratara de insectos insólitos”, además de catalogar al estilo, la extrañeza y el humor de la novela como “pura frescura y rebeldía”. Por su parte, Emiliano Monge, en El País, escribió que la voz narrativa es "hermosa y brillante a ratos, herida y dolida a otros", una frase que resume perfectamente la ambigüedad emocional del libro.

En definitiva, Si las cosas fuesen como son es una novela breve, pero poderosa. Con una prosa medida y fragmentaria, Gabriela Escobar Dobrzalovski consigue construir un mundo emocional complejo, donde el pasado se filtra en el presente y donde el dolor se transforma, sin desaparecer del todo. Una lectura que deja marcas, que interpela, que incomoda, y que, en sus mejores momentos, ofrece destellos de belleza en medio del desencanto y la fealdad.