El sociólogo Zygmunt Bauman acuñó un concepto para describir la particular forma de vincularse que tienen las personas que viven y se desarrollan en una sociedad capitalista: amor líquido. Con base en su propuesta, el amor líquido describe formas frágiles de relacionarse más allá de vínculos románticos, ya que éstos sólo durarían una breve transacción para satisfacer necesidades inmediatas (y no necesariamente carnales). En resumen, formar una relación larga y duradera en medio del dictum del amor líquido sería una hazaña que superaría, en parte, las condiciones culturales actuales que nos enseñan cómo vivir el amor.

Y una historia como la de Dalva y Vênancio en Todo es río de Carla Madeira tal vez forma parte, y no, del concepto baumaniano, sólo para demostrarnos que hay una fuerza inexplicable todavía sobre cierta idea de amor que no entendemos. O que, al menos, a mí me cuesta mucho trabajo entender.

Fuente: WikiCommons.

La límpida imagen del agua: Lucy

Todo es río cuenta con un abanico determinado de personajes que se entrelazan por su parentesco familiar o romántico. Pero el primero que se nos presenta es Lucy, una trabajadora sexual que se ufana y enorgullece de contar con un comando inapelable sobre el deseo de los hombres: su cuerpo.

Es su cuerpo el lugar de agencia con el que hace que quienes contratan sus servicios hagan fila para acostarse con ella, con el que inició su vida de trabajadora sexual, y por el que desconoce el significado de la negación.

Y lejos de ser un personaje construido con una función meramente sexual, Lucy me parece que es el personaje más claro, más transparente con el que se pueda contar en la novela, ya que sus decisiones las toma con base en el poder que ejerce sobre otros, el respeto y envidia que inspira y, a su vez, con la fuerte negativa con que se topa al conocer a Vênancio, quien vive una tristeza inconmensurable y cuya razón conoceremos paulatinamente a lo largo de la novela.

Ante la negativa de Vênancio, Lucy intenta, por mil y un maneras diferentes, apoderarse del sí hasta conseguirlo. Y es curioso que por este choque entre el capricho de Lucy y la negativa de Venâncio conoceremos al resto de los personajes y su pasado, abriendo una estructura de afluentes distintos que combinan una gran maestría narrativa con una simbolización perfecta del agua y del río que atraviesa toda la novela.

Los primeros brazos del agua: Dalva y Vênancio

Como quien busca el origen de donde nace un río, Carla Madeira nos lleva más atrás en la historia de Lucy: huérfana de padre y de madre por un accidente, acaba viviendo con unos tíos y sus primas. De las tres, ella no es la preferida. Esta explicación psicológica al rechazo por parte de Lucy nos conecta con la historia de Vênancio y su tristeza: Dalva, su esposa.

La relación de estos personajes será de las más crudas, hermosas y duras que veremos en la novela y que pondrán a prueba el amor líquido de Bauman y la destreza estructural de la autora brasileña, ya que, por un lado, con pocos trazos conoceremos un poco más del pasado de cada uno de estos tres personajes sin llegar inmediatamente al presente en el que Lucy busca el cuerpo de Vênancio; y, por otro, observaremos que este protagonista es capaz de las peores acciones que se pueda cometer contra una vida inocente y contra la mujer que dice amar.

En ese aspecto, Madeira realiza un experimento donde romantiza las relaciones humanas, pero también las condena a la unión a pesar de haber tocado fondo, pues después de la tragedia acometida por Vênancio en un arranque enfermizo de celos, Dalva no lo abandona sino que vive con él, “torturándolo” con su indiferencia, su silencio y su enclaustramiento durante años.

Las figuras del agua y sus símbolos

La elección del título de cualquier cosa, en general, marca la pauta y clave por la que una obra será leída. Que ésta se llame Todo es río nos hace poner atención a cada apartado en que surge una imagen relacionada con el agua. Lo primero que vemos con Lucy, en este caso, son los fluidos corporales relacionados con el sexo: el semen, la saliva, la secreción vaginal y el sudor. De esta manera, la potencia de la carne o del cuerpo en ningún momento es negada, sino que aumenta conforme Lucy, y su pasado con su tío y los primeros hombres con los que se acostó, adquieren mayor espesor narrativo en su vida dentro de la novela.

Por otro lado, completaremos con otras figuras menos sexuales pero muy dolorosas: la sangre y el llanto con Vênancio y Dalva, pues el daño que aquél le causó a ésta es imborrable una vez que conocemos qué ocurre entre ellos (y cuyo evento prefiero no mencionar porque es uno de los puntos axiales dentro de la novela y que se conecta con el final). Aunque en algún momento se nos habla de su etapa de novios y cuando empezaron a vivir juntos, las figuras del agua comienzan a convertirse en símbolos con los que podremos leer mejor la novela: multiforme, dinámica, original y purificadora.

El agua multiforme y dinámica

El agua puede transformarse rápidamente: de un momento al otro Lucy pierde a sus padres; de un momento a otro Vênancio y Dalva dejan de hablarse; de un momento a otro Lucy se empeña en poseer el sí de Vênancio; de un momento a otro Lucy deja de vivir con sus tíos; de un momento a otro Vênancio y Dalva se enamoran; etc... y todo ocurre con tal violencia que las aguas turbulentas por las que transitamos nos llevan a cuestionar la estabilidad de las relaciones amorosas, pero también nos abre la perspectiva respecto a las formas de amar que existen. O mejor aún: cómo hay varias formas de relacionarse con una misma persona a lo largo de una vida.

El agua original

Tales de Mileto fue el filósofo griego que propuso la teoría del origen de la vida a partir del agua. Si hablo de él es porque considero que en la novela de Carla Madeira no hay un aliento teológico sino cosmogónico del agua en relación con sus pliegues narrativos.

Original es en tanto que remite a dos factores: el nacimiento del hijo de Dalva y Vênancio, y el nacimiento del amor entre la gente. Con este símbolo se explica la decisión de Madeira de retroceder por partes en la vida de sus personajes y después continuar con ellos hasta el final en que la concordia prima sobre sus vidas. Pues todos en esta novela surgen por pares y en pares se mantienen.

El agua purificadora

Quizá con la única parte con la que no estoy de acuerdo por las siguientes razones. El agua limpia, pero también tiene este significado (ahora sí religioso) de purificación que se trasmina en el armazón moral de cualquier sociedad. Y a este respecto es que hay dos decisiones de Madeira que me decepcionan un poco.

La primera tiene que ver con Lucy, debido a que ella jamás decidió ser madre sino hasta que logra tener relaciones sexuales con Vênancio, de quien se embaraza en un arranque de ceguera causada por su enculamiento (muy diferente al enamoramiento quien ya haya pasado por estos dos modos). Que Lucy se convierta en madre le da un aura de redención por su elección de haber sido trabajadora sexual desde joven y la convierte en una mujer diferente en la Casa de Manu (el lugar donde trabaja) y en la localidad donde vive.

Esta transformación de un personaje tan agentivo en la parte sexual que causaba escozor en la moral brasileña se ve “purificada” en pro de encontrar paz con Dalva.

La segunda tiene que ver con Vênancio, pues al ser padre de dos hijos con dos mujeres diferentes que terminan por entenderse a partir de ese vínculo sanguíneo, me parece que es una salida muy fácil para un personaje violento cuyo “castigo” (la frialdad de Dalva y su propia culpa) me es incomprensible. Su construcción está basada en polaridades (como Dalva y Lucy) pero el papel que juega a lo largo de la novela sobrepasa el perdón y sobrepasa el amor. Aquí creo que pasaríamos de hablar de un amor líquido a un amor tóxico... aunque la consideración final la dejo para otras y otros lectores.

Al final, las aguas mansas

Tal y como si hubiésemos atravesado las caudalosas aguas de un río embravecido, llegamos a la parte final en que se explican grandes misterios sobre la actitud tan extraña de Dalva ante Vênancio y su paulatina transformación con él y con Lucy, a quien también ignoró mientras ésta presumía estar embarazada de aquél.

Esta calma, me parece, Madeira la utiliza para dar un cierre feliz a personajes tan desdichados y a quienes, seguramente, atravesaron por una forma dolorosa de amar, o cuya propia fragilidad no les permitía encontrar la potencia necesaria para amarse de una mejor y más respetuosa forma y que estaría emparentada con el símbolo de purificación que mencioné más arriba.

En ese sentido, Madeira me recuerda un poco a los dramas de inicio de siglo XX que escribía Jorge Amado para hablar, veladamente, de las consecuencias de la modernización de Brasil, como lo es en el caso de Gabriela, clavo y canela; así como algunas novelas mexicanas de corte naturalista, como Santa, de Federico Gamboa, a cuya protagonista somete a la deshonra para simbolizar la contaminación moral de la Ciudad de México.

De no ser así, no me explico por qué ese final es como Madeira nos lo entrega. Si alguien tiene una postura diferente, le agradecería muchísimo que me la compartiera.

Sobre Carla Madeira

Carla Madeira es una autora brasileña nacida en Belo Horizonte en 1964. Su novela Todo es río (originalmente: Tudo é rio) ha vendido más de 300 000 mil ejemplares desde su publicación en 2014.

En esta edición en español, Hachette Literatura cuenta con la traducción de la también escritora mexicana Brenda Ríos, quien, en algunas partes muy necesarias de la novela, nos agrega algunas notas a pie de página para acercarnos más a la cultura brasileña.

Actualmente, Madeira cuenta con 4 libros publicados, siendo Véspera el último que salió a la luz en 2021.