Querido Franz:

Hace poco me cuestioné de las razones para escribirte una carta pensando en lo kafkiano de tu mundo. Como de costumbre, no supe dar una respuesta, en parte porque la razón obvia sería que han pasado cien años desde que nos dejaste, en parte porque el mundo sigue siendo kafkiano. Hoy, desde un mundo que ha cambiado tanto y tan poco desde tu partida, quiero hablarte no sólo como lectora, sino como alguien profundamente tocada por tu legado.

Tu vida, marcada por la dualidad entre el deber y la pasión, ha dejado una huella imborrable en la literatura y en aquellos que encontramos consuelo a nuestra propia marginación en tus palabras.

Una vida dividida

Naciste el 3 de julio de 1883 en Praga, una ciudad cuya atmósfera bohemia y calles adoquinadas se convirtieron en el telón de fondo de tus narraciones más emblemáticas. Desde temprana edad, te encontraste atrapado entre dos mundos: por un lado, tu trabajo en una compañía de seguros, que describiste como tedioso y opresivo; por otro, tu verdadera pasión, la escritura, que abordabas en las noches solitarias, luchando contra el agotamiento físico y mental.

Debo decirte que cien años en el futuro, una gran parte de la humanidad sigue encadenada a escritorios sin tiempo ni energía para vivir. En esas oficinas en las que nos dicen que hacemos algo importante y que nos pongamos la camiseta, es donde resuenan con más fuerza los ecos de tus laberintos burocráticos plasmados en El castillo, El proceso o en cuentos como “Ante la ley”, donde más insignificantes e impotentes nos sentimos. ¿Sabías que estos escenarios dibujarían el mundo en el futuro?

Bajo la sombra de tu padre

Espero que hayas encontrado paz sobre un aspecto que aqueja a millones de almas aún hoy en día. Y es que sigue siendo tremendamente difícil lidiar con las decepciones paternas, sobre todo si, como en tu caso, existían frecuentes recordatorios de tales decepciones. Sin embargo, tu padre aparecía en toda tu obra con la forma del autoritarismo, el temblor con el que terminaste la noche del 22 de septiembre de 1912 en la que escribiste de un tirón “La condena”, no era más que esa culpa existencial de la que tu padre siempre fue protagonista.

La relación con tu padre, Hermann Kafka, fue una de las sombras más oscuras de tu vida. En tu Carta al padre, que nunca tuviste el valor de enviar, desnudaste tu alma al hablar del miedo y la insuficiencia que sentías bajo su sombra: "Tú me exiges que explique por qué te tengo miedo. Como si fuera algo fácil de explicar." Estas palabras no sólo reflejan tu conflicto personal, sino también la lucha universal con la autoridad y la búsqueda de identidad.

El dolor del mundo

Tus cartas, especialmente aquellas dirigidas a tu padre y a tus amores, Felice Bauer y Milena Jesenská, revelan la profundidad de tu tormento interno. Recuerdo una de tus misivas a Felice, donde expresaste: "¿Cómo podría ser feliz, si para mí la felicidad es sólo un breve respiro en medio de la angustia constante?" Sí, el amor es difícil, pero a veces es ese respiro en la angustia del mundo.

Porque el mundo, tu mundo, duele. Aún en este siglo resulta casi imposible plantearse la felicidad (aunque creo que esto se ha venido diciendo desde hace muchísimos años). Ese dolor ha acompañado a personas a las que nos cuesta trabajo relacionarnos con otras, a las que nos tildan de frágiles, de bichos raros. Tus palabras nos llegaron porque traen consigo ese dolor universal.

Lo kafkiano es inmortal

Te he estado hablando de tu obra completa sin contarte que desgraciadamente toda ella vio la luz después de tu muerte, supongo que muy a tu pesar. Tu amigo, Max Brod, fue la peor albacea de tu obra, ya que hizo caso omiso de tus deseos de quemar tus escritos y los publicó por completo. Tal vez tengamos que agradecerle el atrevimiento. De otra forma, no habríamos visto plasmadas tantas pesadillas y opresiones como en todo el universo que abarca el término “kafkiano”.

Tus obras, cargadas de simbolismo y profundamente introspectivas, continúan resonando en todo lector moderno que haya sentido el peso de la marginación. Todas ellas exploran temas de autoridad, identidad y aislamiento con una precisión y una vigencia atemporales. Tus escritos son ventanas a un mundo donde la burocracia es tan opresiva como inescapable, y donde la alienación es una constante.

A medida que se termina esta carta, quiero agradecerte, Franz, por haber plasmado tus miedos y angustias, que son los miedos y angustias del mundo entero, en el papel; por desplegar la realidad a través de la brutalidad de tu mirada. Tu vida y tu obra no sólo me ofrecieron un reflejo de la condición humana, sino también un consuelo y una compañía en mis propios momentos de duda y desesperanza.

Con profunda gratitud,

Una lectora perdida en tus laberintos