Leer 1984 por primera vez causa escalofríos. Esta afirmación es válida tanto para el año de su publicación, 1949, como para la semana pasada y seguramente para los años venideros. En un mundo donde la verdad parece cada vez más difusa y el control sobre la información se ha convertido en una batalla constante, 1984 de George Orwell sigue siendo una advertencia tan inquietante como lo fue el día en que se publicó.

El Gran Hermano, el Ministerio de la Verdad y las temidas “telepantallas” se han convertido en símbolos universales de regímenes opresivos y manipuladores. Sin embargo, más allá de su contexto original, estas figuras se proyectan en el presente: en nuestras pantallas, en nuestros dispositivos, en las redes sociales y en el constante flujo de información que parece diluir la realidad.

1. El último hombre

Con poco más de medio año de vida por delante y un gran desencanto ideológico tras de sí, George Orwell publicó la novela en la que retrataba con gran detalle las atrocidades y peligros de los gobiernos totalitarios. 1984 nos lleva a un Londres del futuro no muy lejano en el que pertenece a Oceanía, una de las tres superpotencias en las que se divide el mundo junto a Eurasia y Esteasia, regida por el partido Ingsoc —término que significa “socialismo inglés” en “neolengua”—.

En esta gran ciudad ficticia, Winston Smith vive, al igual que toda la población, bajo la constante vigilancia del Gran Hermano que es la cara del Partido y líder supremo de Oceanía, un ente que nunca aparece físicamente pero es omnipresente. Una sociedad en la que las libertades y los derechos humanos son controlados por el partido gobernante, así como la información y la “verdad”, que es constantemente manipulada para beneficio del grupo en el poder.

El nivel de opresión social requería de una vigilancia y control brutal a base de tecnología de reconocimiento y monitoreo facial en todas las telepantallas que estaban ubicadas en cada rincón de la ciudad, así como dentro de edificios y hogares para no perder detalle de las expresiones faciales, por mínimas que fueran, que delataran algún pensamiento no permitido. Winston trabaja en el Ministerio de la Verdad, lugar donde se reescribe la historia, el Partido manipula la información y el lenguaje para controlar el pensamiento de los ciudadanos.

El resultado y el fin en sí mismo del control absoluto, la opresión y la anulación de las libertades vividas en el mundo de 1984 es la aniquilación de toda individualidad frente al poder del Estado.

O’Brien, alto cargo del Partido y amigo de Winston lo describe como “el último hombre” cuando este le confiesa su oposición a las políticas del Partido. Este apodo se refiere tanto a que Winston es el último que piensa de manera humanista, como a que es el último ser verdaderamente humano. Porque siempre será mucho más fácil gobernar y someter a seres que no son capaces de pensar por sí mismos cuyas únicas preocupaciones e intereses son los ideales del Partido.

2. Las distopías que Orwell vivió

En su mayoría, los elementos distópicos y terribles de la sociedad que describe George Orwell en 1984 no son futuristas, sino descriptivos. Son hechos basados en los regímenes totalitarios de la Europa de esa primera mitad del siglo XX. Sobre todo la Alemania de Adolf Hitler y la Rusia de Iósif Stalin fueron prolíficas fuentes de inspiración para las atrocidades cometidas por el Ingsoc en Oceanía. Esto sin contar las referencias más que claras a Stalin y Hitler con el Gran Hermano, a Lev Trotski con Emmanuel Goldstein e incluso a la escritora Sonia Brownell, segunda esposa de Orwell, con Julia.

Nacido en la India dominada por el Reino Unido, Orwell entró en contacto con la represión imperialista desde muy joven, lo que lo llevó a adoptar el anarquismo y posteriormente el socialismo como ideologías personales. Sin embargo, su participación en la guerra civil española, apoyando al Partido Obrero de Unificación Marxista en el bloque republicano; así como la Segunda Guerra Mundial terminaron por desencantarlo y afianzar su completo rechazo a cualquier totalitarismo.

Orwell mismo definió su libro no como profecía, sino como sátira de la realidad. Las prácticas de opresión usadas por el Gran Hermano existieron, casi por completo, en la Europa totalitaria. Los métodos del Ministerio del Amor, por ejemplo, así como las descripciones de las celdas dentro de él provienen de testimonios de sobrevivientes del sistema carcelario soviético, así como de una experiencia propia en la que se hizo arrestar en Londres por embriaguez para conocer la prisión.

Por su parte, el Ministerio de la Verdad está inspirado en el Ministerio de Información británico, donde Orwell trabajó como periodista radiofónico para la BBC durante la Segunda Guerra Mundial. Durante su estadía allí fue testigo de la despiadada censura —concordante con los intereses políticos de la época, por supuesto— aplicada por el ministerio a su trabajo.

El trabajo de Winston Smith en el Ministerio de la Verdad consiste en aplicar una inmensa censura a la historia contada, Orwell tomó los métodos de fabricación de pruebas que incriminaban a sospechosos de traición usados principalmente por el estalinismo.

Aspectos de su biografía que inspiraron la novela.

3. La distopía como género

Además de los regímenes totalitarios y las guerras que azotaron la primera mitad del siglo XX, de las que Orwell conoció el lado más oscuro, una influencia poco discutida de una de las más grandes novelas distópicas de todos los tiempos fueron los libros que la precedieron.

En 1908 Jack London publicaba El talón de hierro, una novela en la que presenta una sociedad en la que el poder económico es acaparado por una oligarquía industrial. La vigilancia, a través de una red de informantes, la manipulación de la información y la lucha por la libertad individual frente al poder absoluto influyeron en la creación de la novela de Orwell.

En 1944, George Orwell accede a una novela publicada en 1921, prohibida en ese momento en la Unión Soviética y cuya edición en francés leyó, Nosotros de Evgueni Ivánovich Zamiátin, escritor que fue preso en dos ocasiones, primero por el régimen zarista y después por los bolcheviques. Esta historia, en la que la población ha perdido sus nombres y son llamados con una combinación de letras y números como D-503, condensa la vigilancia constante, mediante una ciudad de cristal en la que no existe la privacidad, el control a través de la lengua y la prohibición de las relaciones interpersonales, en una narrativa un poco menos política pero fuertemente crítica.

George Orwell forma parte de una llamada trinidad de la ciencia ficción distópica, donde comparte lugar con Ray Bradbury con su novela Fahrenheit 451 y, por supuesto, con Aldous Huxley y su distopía de 1932, Un mundo feliz. Los autores se escribieron mutuamente sobre sus obras e incluso Huxley comparó las obras entre sí y con el panorama político de la Guerra Fría.

La visión de este autor influenció a Orwell en la medida de la omisión de la libertad individual frente a un bien común impuesto, la supresión de las emociones, el condicionamiento psicológico y la advertencia frente al corrompido progreso tecnológico y los peligros de la racionalización extrema.

4. La sociedad orwellianadel siglo XXI

Lo que nos atrae de la ciencia ficción distópica es, sin duda, los ecos que vemos en ella de nuestra propia realidad, lo que nos da una sensación de que esa pesadilla futura está más cerca de lo que imaginamos.

Históricamente, las ventas de 1984 se han disparado en momentos críticos de la historia mundial —en los últimos años se vieron con la “verdad alternativa” de Trump y el manejo del discurso de Vladimir Putin sobre la guerra en Ucrania—, lo que ha llevado a muchos a declarar en diferentes momentos que la distopía orwelliana se ha hecho realidad. Y es que los paralelismos con la sociedad descrita por Orwell podrían encontrarse en casi cualquier época en la que el poder absoluto y la opresión hayan existido. Lo que nos lleva a preguntarnos, ¿qué semejanzas guarda nuestra realidad del año 2025 con el libro? No pocas.

Desde artefactos que cumplían muchas de las funciones que hoy tienen nuestros smartphones como el “hablaescribe” que bien podrían ser las notas de voz o las “telepantallas” que nos recuerdan a cualquier asistente virtual como Alexa o Google Home; hasta los “dos minutos de odio” que tienen su equivalente en cualquier funa de Twitter o incluso la “máquina de hacer novelas” que recientemente ha sido centro de una polémica sobre los libros escritos con inteligencia artificial.

Sin embargo, los paralelismos culturales y sociales resultan mucho más inquietantes que los tecnológicos. Tenemos así el espionaje y las violaciones a la privacidad a través de los micrófonos y cámaras de nuestros dispositivos que, si bien las ejercen tanto los gobiernos como las grandes corporaciones, ya son una realidad que mueve los algoritmos de contenido y anuncios. La “neolengua”, por otro lado, puede encontrarse en las tendencias lingüísticas que van de la mano de las famosas “palabras del año” en las que se reflejan las preocupaciones e intereses colectivos.

Pero sin duda el parecido más escalofriante lo encontramos en las diversas versiones del Ministerio de la Verdad de nuestra realidad. Desde la manipulación de los discursos provenientes de los gobiernos en los que se justifica cualquier movimiento bélico, hasta las fake news que ya son el pan de cada día en las redes sociales.

Esto va de la mano con una pérdida de identidad oculta tras un espejismo de personalización y libertad individual que nos vende el llamado capitalismo tardío, donde todos creemos que somos únicos cuando en realidad cada contenido que vemos y cada producto que consumimos está específicamente diseñado para asimilarnos a una masa que se ve y piensa igual.

5. ¿Vivimos en 1984?

Aunque fue concebida en un contexto histórico específico, las advertencias de 1984 responden a temores universales y atemporales que se adaptan a nuevas realidades. La lucha interna de Winston por conservar su memoria, sus emociones y su identidad resuena con cualquier lector que haya sentido el peso de una sociedad opresiva o la presión de un sistema que parece inmutable.

La novela de George Orwell nos recuerda que la verdad puede ser sencillamente manipulada y que las tecnologías destinadas a facilitar la vida pueden utilizarse para vigilar y controlar. Nos invita a cuestionar las narrativas oficiales y a resistir la aceptación pasiva de un mundo en el que los hechos son moldeados por intereses de poder. Quizá la verdadera pregunta no sea si vivimos en una distopía orwelliana, sino cuánto de ella hemos llegado a normalizar sin darnos cuenta.